Nota: ésta entrada la escribí después de regresar a mi casa el sábado 31 de Octubre de 2015, no la había publicado, pero ahora la comparto con la familia, les solicito que después de la lectura se tomen unos minutos y dejen abajo su comentario y algún recuerdo bonito vivido en nuestra casita.
Te
dejé triste y vacía, casa de Melquiada, casa de mi abuela querida, casa de
todos en mi terruño, en mi Peñas Negras.
Vacía
tu sala, tu comedor, tu cocina; sin la presencia de mi abuelita del alma, casa
mía, casa bonita, casa de mi infancia, de mis recuerdos, te sentí triste y
vacía.
Nuestra
viejita bella se nos fue el 24 de octubre de 2015, y me quedé tres días en su
casa, días de recuerdos, de pensamientos, de lágrimas tristes, de risas
forzadas, también de alegría y de compartir nuevamente en familia.
El
primer recuerdo que tengo de ti, casa bonita, se remonta a la boda de mi tía
Yajaira, cuya celebración fue en casa de mi tía María, y que sólo una puerta
“siempre abierta” nos deja pasar a ti, casa de mis memorias. Que fiesta, que
celebración, que recuerdos.
Recuerdo
todavía los anexos de barro, el cuarto de Juan Félix, o el de los varones, y el
cuarto de Vena’o, el chofer de “El Audaz”, el autobús que junto con el de César
“El Camastrón”, otrora nos llevaba desde mi casita en Güigüe a ti, casa de mi
abuelita, en Peñas Negras.
Recuerdo
que no había portón sino una cerca, y por esa entrada todavía diviso un viejo
guanábano que tenía grabado en letras cuadradas “PIQUITO” el pseudónimo de uno
de mis primos. En el fondo a la derecha otro guanábano, y a la izquierda un
viejo y enorme árbol de mango que nos acobijaba con su gran sombra, ese era el
predilecto sitio de reuniones, el que hoy sigue siendo a pesar el sol de las
tardes.
La
puerta principal, esa de latón con dos eses (S) grandes y semi-cuadradas,
entamboradas en ambas mitades. Recuerdo en el piso de tu porche marcado tu
número de vivienda, y luego rehicieron tu piso, marcando Joel tu número con granos
de maíz. Recuerdo tus dos baños externos o “excusados” detrás de los cuales
jugando al escondí’o, un día me mordieron los bachacos.
Te
recuerdo joven, te recuerdo vieja, pero nunca te vi triste, siempre alegre,
siempre feliz, siempre de vacaciones en ti, llevando a mis tíos Juan Félix y
Joel la comida al conuco, las arepas de maíz pilado en aquel viejo pilón;
tantos recuerdos.
Recuerdo
miles de cosas casita mía, casita nuestra: como cuando Nohelí desmallada y
privada perdía el hálito en manos de mi tía Nohelia y como Dios nos la
devolvió; recuerdo cuando me apodaron el siete copas, por haber molido siete
copas de jojoto en poco tiempo; recuerdo el viejo televisor rojo en el que
veíamos en VTV: Hunter el Cazador, Moñoño Corazón de Jesús, Hermanos, Beiwath,
el futbol italiano y las comiquitas que a Juan Félix le gustaban; Recuerdo las
literas en que dormíamos, las cachapas, el cochino frito, y mi plato preferido
en cuanto llegaba: caraota con arepa frita en manteca y huevo frito en manteca.
En
ti recuerdo mucho a mis tíos y primos; cada cumpleaños celebrado, cada navidad,
cada fin de año, cada cañonazo, cada partida de ajedrez, cada juego de cartas,
cada ludo, cada stop, cada momento pasa por mi mente, desde aquella celebración
del matrimonio de mi tía Yajaira hasta hoy, no hay cosa que haya olvidado.
Mientras
pasaba en ti mis vacaciones fueron seguidas las idas al río, a las quebradas, a
los pozos, a los potreros, a Barbasco, a las Piedras, Vallecito y Santa Rosa,
Juaniquero, Las Palmas y la Yagua; con mis primos y tíos, a pie o en camión, en
la zorra de un tractor, siempre disfrute de ti mi casita, siempre disfrute de
mi estancia en tus entrañas.
Lo
que siempre te hizo especial fue mi viejita, mi abuelita, mi Melquiadita linda,
querida, mi viejita amada; siempre estabas llena casa de mi alma, en ti no hubo
escases sino abundancia, en ti no hubo dolor sino alegría, no hubo tristeza
sino gozo, porque mi viejita linda siempre fue luz en tu interior, siempre fue
tu alegría, siempre llenó tu espacio.
Me
vine y te dejé triste y vacía, con ganas de verte llena, con anhelo de ver en
ti a mi abuelita querida. Te dejé triste y vacía, pero llena de recuerdos;
triste y vacía, y llenos mis ojos de lágrimas. Triste y vacía anhelando tú misma
verte llena.
Por eso quiero regresar a llenarte, a llevarte regocijo nuevamente, con mis familiares verte llena, y devolverte, mi casita, tu alegría.